La Plaza de la Bandera es el nuevo ícono dominicano
“Por la democracia, por la paz, por el derecho de elegir libremente a nuestros gobernantes. Por una mejor nación. ¡Que viva nuestra República Dominicana!”.
Lo dijo Juan Luis Guerra ante una Plaza de la Bandera colmada como nunca antes y un inmenso coro incuantificable le respondió con gritos y aplausos, que se escucharon kilómetros a la redonda de ese escenario, convertido en un renovado símbolo de la democracia.
La multitud que llenó esa plaza, nuevo ícono de Santo Domingo desde este incomparable febrero, acompañó a Guerra cuando cantó a la patria y cuando pidió que lloviera café, porque toda la asistencia, todos los artistas, toda la ciudad, todo el país sintió que lo que deberá llover es una democracia real que respete la voluntad popular, que se permita a todos ejercer los derechos que consagra la Constitución, que se acaben las trampas y las fallas técnicas, que haya transparencia en la labor gubernamental, que quien asuma el mando de la Nación sepa que tiene que rendir cuentas y que ese cargo no es vitalicio.
Y ese ejemplo de despertar de un pueblo adormecido lo ha dado la juventud. Jóvenes eran la mayoría de los asistentes, gritando y cantando, caminando por las avenidas que desembocan a la Plaza de la Bandera, soportando un sol de fuego que no pudo quemar su entusiasmo.
A las 10 de la mañana y ya había mucha gente. A las 11, lleno total. Y así hasta las 5 de la tarde. Muchos se retiraban tras horas de permanecer en ese sitio, pero muchos seguían llegando, de tal manera que la plaza nunca se desocupaba.
Cantó Guerra y todos cantaron con él. También cantaron Rita Indiana, Vicente García, Poeta Callejero, Covi Quintana, entre otros.. Fue un concierto sin antecedentes, porque los artistas no estaban convocados para uno de sus shows normales. Fue un concierto que los reunió para un objetivo mucho más trascendental: el reclamo de democracia.
Ninguno de los asistentes había vivido en su vida una manifestación como esta. Nadie imaginó que tanta gente asistiera. Quedó demostrado que lo ocurrido el 16 de febrero no pasó al olvido como una simple falla técnica. El inconformismo de tantas voces no puede ser desconocido. Las voces que emergieron desde la Plaza de la Bandera no se callarán tan fácilmente. No lo vio todo el país; lo vio Latinoamérica en sus pantallas. Ahora es el turno de quienes tienen y tendrán la responsabilidad de escucharlos.
Fue el segundo trabucazo. Y sonó como nunca antes.
Foto: José María Cabral